La gastronomía tradicional española esconde recetas sorprendentes y llenas de historia. Una de ellas es la sopa de cola de lagartija, un plato que evoca tiempos pasados y costumbres ancestrales.
Aunque pueda sonar inusual, esta sopa era apreciada por su sabor y propiedades nutritivas. Acompáñanos en este viaje culinario para descubrir los secretos de esta receta olvidada.
La cola de lagartija, ingrediente principal de esta sopa tradicional.
Ingredientes y Preparación
Los ingredientes para preparar esta sopa varían según la región y la tradición familiar. Sin embargo, algunos elementos son constantes:
- Colas de lagartija (preferiblemente frescas)
- Agua
- Verduras (cebolla, ajo, tomate, pimiento)
- Hierbas aromáticas (perejil, tomillo, laurel)
- Especias (sal, pimienta, pimentón)
- Aceite de oliva
La preparación tradicional implica:
- Limpiar cuidadosamente las colas de lagartija.
- Sofreír las verduras en aceite de oliva.
- Añadir las colas de lagartija y rehogar.
- Cubrir con agua y añadir las hierbas aromáticas y especias.
- Cocinar a fuego lento hasta que las colas estén tiernas y el caldo haya adquirido sabor.
- Servir caliente.
Aunque esta receta pueda parecer extraña en la actualidad, es importante recordar que la alimentación de nuestros antepasados se basaba en el aprovechamiento de los recursos disponibles en su entorno. La sopa de cola de lagartija es un ejemplo de ello.
La cocina española, un crisol de sabores y tradiciones.
Un Vistazo al Pasado
Alfonso Callejo Carbajo escribía, el pasado jueves, 2 de junio, en su columna semanal del diario “Hoy”, un artículo profundo, como todos los suyos, titulado “Gorriatos”, o sea, pardales, hablando entre otros de las chovas y de los quicas, a caballo entre el ayer y el hoy.
En el pasado, era común atrapar lagartijas para cortarles la cola, que seguía viva después del tajo, (por lo que a los más inquietos se les calificaba como de rabos de lagartija). Esta práctica, aunque hoy nos parezca cruel, formaba parte de la vida cotidiana y del aprendizaje de los niños.
Los niños aprendían a espabilar con la experiencia de los compañeros de la pandilla, jugaban en la calle a burro nuevo, a los pelotazos, a la villorda, al patín, al salto del estudiante, a pies quietos, criaban gusanos de seda, distinguían las plantas y sabían de sus propiedades curativas, como que la menta combate la jaqueca, que la valeriana es muy buena contra el insomnio o que una infusión de ortigas va de maravilla para la circulación.
Todo ello, claro es, a través de largas y útiles conversaciones sociales, sociológicas y formativas dentro del panorama del crecimiento, como hasta barruntábamos las tormentas o mascullábamos el frío cuando el grajo volaba bajo. Además, claro es, de las enseñanzas propias de la escuela.
También estaban presentes por aquellos pagos de la Educación, con mayúsculas, algo así que podríamos denominar como Sociología de la Convivencia.
SOPAS DE AJO CASERAS | La receta de MI ABUELA
Si bien no era de desdeñar el cocido habitual de la inmensa mayoría de los días laborales, incluidos los sábados, combinado entre sopa de fideos, garbanzos con repollo y chacina, que se alternaba, en ocasiones por judías blancas con chorizo, arroz con cualquier tipo de guarnición, lentejas, sopas de tomate acompañada con higos, gazpachos de ajoblanco, ensaladas diversas, arroz con pollo, caldos y huevos fritos con chorizo, siempre buenos quesos de vaca, oveja o cabra…
Hoy, por cierto, platos de lujo y altos precios en el variopinto panorama de la restauración, la restauración.
La cocina tradicional española, un legado de sabores y saberes.